miércoles, 29 de enero de 2014

LOS BROTES VERDES DE LA CRISIS ESTÁN EN LA MOVILIZACIÓN SOCIAL Y LA JUSTICIA



La esperanza y el entusiasmo que no sabe transmitir el gobierno, la generan los propios ciudadanos por su cuenta o de la mano de la Justicia.




Buena parte de las aspiraciones de los ciudadanos de este país para pasar página y que se borre cuanto antes la lacra que han dejado tantos años de despilfarro y corrupción, pasan por los estamentos del poder judicial. Hacia él se vuelven nuestras miradas cada vez que se van destapando los abusos y desfalcos de las arcas públicas de los últimos años. Y nos tiembla todo cuando aparecen grietas en la justicia, no poco significativas, como el hecho de que jueces como Garzón o Silva hayan sido apartados de su ejercicio profesional de forma descarada por quienes han visto peligrar sus intereses. También cuando se producen otros hechos que podrían calificarse como más aberrantes, al menos desde el punto de vista del ciudadano de la calle, que ve como al final casi todo el dinero robado no vuelve a las arcas públicas y como los sinvergüenzas y estafadores utilizan los múltiples vericuetos de las leyes para salvarse, minimizar sus penas, e incluso para ser indultados. Sobre los jueces y fiscales de este país cae en nuestros días una enorme responsabilidad que tendrán que gestionar con el simple ejercicio de su honradez y profesionalidad. Algo que el pueblo necesita, les está demandando y sobre lo que se depositan buena parte de nuestras esperanzas de futuro.

Recientemente hemos conocido el anuncio por parte del Tribunal Superior de Justicia de Madrid del rechazo al recurso presentado por el gobierno de la Comunidad Autónoma sobre la paralización del proceso de privatización de seis hospitales madrileños. Unos pocos días antes (en este caso sin intervención de la Justicia) fueron los vecinos de Gamonal los que tumbaron los planes de obras para el barrio que pretendía ejecutar su propio ayuntamiento. Y así se van sumando victorias en algunas batallas, que son las que realmente dan ánimos y esperanzas a la población. Los humanos, como seres sociales que somos por nuestra propia evolución como especie, tenemos facilidad para sentir especial emoción y bienestar de las conquistas llevadas a cabo en grupo. Y esas sensaciones que experimentamos tienen un efecto multiplicador muy importante, pues generan sinergias, ya que tocan nuestra esencia: las emociones1 . Desde el punto de vista sociológico, estas conquistas además suponen la demostración de que la movilización social es útil y que a través de la misma podemos cambiar nuestra realidad, y por tanto tomar el control sobre el rumbo de nuestro futuro.

Hay que reconocer, por otro lado, que nuestros políticos son una muestra representativa de nuestra sociedad, y que la corrupción no les ha sido exclusiva, pues el cáncer de la corruptela había hecho metástasis en nuestro país. Quizás por ello, la única solución podía llegar también desde el pueblo, desde ese despertar de las conciencias que, dicho sea de paso, ha necesitado de la bofetada de la crisis. Pero por fin es una realidad que la población está despertando, tomando conciencia de su situación real y de todo aquello que ha perdido o está perdiendo desde el estallido de la crisis, y finalmente está actuando. Y cuando hablo de población me refiero a todas y todos, parados, jubilados, médicos, jueces, autónomos, amas y amos de casa, jardineros, jornaleros, artistas, etc. , incluso políticos...que como ciudadanos que también son,  llegan a vislumbrar los errores del pasado, los suyos propios y los de sus partidos. ¿Seguimos teniendo corrupción a todos los niveles?, sí, y seguramente nunca desaparecerá del todo. ¿Seguimos teniendo políticos y masa social que aún pretende aplicar las recetas del pasado para salir de esta crisis en la que nos sumió precisamente la aplicación indiscriminada de esas recetas?, también, pero van perdiendo fuerzas y mayorías. En contraposición, vemos que se incrementan las voces que piden un cambio de modelo social, político y económico. Un modelo que implica, además de recuperar y potenciar derechos perdidos o denigrados durante esta crisis, más participación y más conciencia ambiental. En definitiva, un modelo basado en una democracia más real y adaptada a los tiempos y tecnologías de las que disponemos actualmente. Surge entonces la urgencia de actuar, la imperiosa necesidad de revertir cuanto antes la deriva en la que hemos estado sumidos los últimos años. En este sentido, un buen nivel educativo, además de ser una vieja asignatura pendiente en nuestro país, se echa especialmente de menos cuando hace falta que un número mayor de ciudadanos tome conciencia y contribuya a ese cambio de modelo. Ante la premura, comprobamos que  la mejor forma de ganar tiempo es que la lucha ciudadana se convierta a la vez en acción ejemplarizante y educadora. Aquellos corpúsculos que surgen, se movilizan y consiguen ganar batallas sociales, constituyen el ejemplo a seguir para el resto, y de esta manera se va construyendo sociedad y construyendo un renovado país.

Sea por cuenta propia de los ciudadanos o con el poder judicial como aliado, lo cierto es que los únicos brotes verdes esperanzadores que se empiezan a vislumbrar con claridad en el desolador paisaje de la crisis, son los que aporta el pueblo. De esa población cada vez más despierta y concienciada, capaz de reivindicar sus derechos y asumir sus responsabilidades, han de salir, como ya está ocurriendo, los nuevos políticos y gobernantes que gestionen nuestro futuro.



1 Desde las emociones, las energías que puede generar un colectivo tienen una fuerza habitualmente infravalorada por quienes están habituados a desarrollar sus actividades cotidianas en ambientes más fríos y controlados. El peligro, cuando entran en juego las emociones colectivas en un ambiente de indignación, es la mayor complejidad y nuestra falta de entrenamiento y práctica para su control.

martes, 21 de enero de 2014

CUANDO EL MIEDO CAMBIE DE BANDO





Las diferentes formas de poder siempre han utilizado el miedo para someter al pueblo, pero ¿qué ocurre cuando son los poderosos los que temen?. ¿Tiene miedo la poderosa y rancia derecha española a una revolución del pueblo?.

 

El poder utiliza siempre el miedo, al igual que lo hacen la mayor parte de las religiones, como forma de garantizar su dominio sobre las masas. En España, el miedo ha sido utilizado especial y cruelmente por la derecha1, antes y después de la dictadura, y por supuesto durante, pues el  acomplejado y sanguinario Franco hizo valer su poder fusilando y apaleando a diestro y siniestro a todo aquel del que se pudiera sospechar (o sencillamente fuese acusado) de resultar contrario a la dictadura, aunque sólo fuese de pensamiento2. Actualmente, además, al poderoso yugo del miedo la derecha añade una nueva estrategia, la de la mentira institucionalizada y generalizada, incluso aquella que podría perjudicarles, pero que una vez extendida por los medios de comunicación, acaba dándoles más réditos que dolores de cabeza. Con esta estrategia consiguen que los ciudadanos desconfíen de políticos, periodistas, jueces y otras instituciones. La sociedad como tal queda así desarmada, y ellos pueden campar a sus anchas por muy corruptos que sean y "manejarlo todo" con mayor impunidad. En mi artículo anterior de La Trincherrera, LOS "ME GUSTA" DENUESTRA CONCIENCIA Y LA AUSENCIA DE REVOLUCIÓN , planteaba otro factor más acerca del por qué la sociedad no acaba de reaccionar y no se ha iniciado ya una revolución, cuando convivimos en un caldo que a cualquier historiador podría parecerle idóneo para ello: la informatitis, o sobredosis de información acompañada de su correspondiente adicción.


Por tanto, podemos decir que sobre los ciudadanos de este país actúan fundamentalmente tres elementos que los desactivan: el miedo (miedo a perder los pocos privilegios o derechos que poseemos), la desconfianza generalizada (que incrementa el miedo y la apatía y que es alimentada desde el poder para tapar así mucho mejor sus vergüenzas), y la adicción a la información, que se ve también sobrealimentada en este caso no solamente por nuestros dirigentes, pues es un fenómeno globalizado, pero aprovechan que les viene bien y lo fomentan. 


Sin embargo las descontroladas ansias de poder, la codicia y la ambición de la derecha más rancia de este país (y algunos a los que no les viene de casta pero que ven la oportunidad de obtenerla) por hacerse los dueños de todo, se convierte en su fatídico punto débil. Como le ocurre a los tiburones, que una vez desatado el frenesí de la sangre y la carnaza, estos lanzan mordiscos y dentelladas a diestro y siniestro, cegados literalmente, nuestra casposa derecha pretende sacar el máximo jugo, ahora que puede, a la situación de crisis coincidente con la mayoría absoluta del PP en el gobierno. Pero esos mecanismos del miedo, que bloquean a las masas o las inactivan, pueden en cualquier momento volverse en su contra. Una vez que el pueblo siente que ya le queda poco o nada que perder, el miedo adquiere una dimensión muy diferente. Parte de él desaparece y se transforma en rabia. La indignación y la rabia en ausencia de miedo nos llevan a la rebelión. Sobre estos fenómenos, que son bien conocidos por los historiadores, tenemos un ejemplo recientísimo en el barrio de Gamonal en Burgos, y en las muchas manifestaciones y muestras de apoyo que sus vecinos han recibido en las redes sociales. No me cabe duda que el alcalde de Burgos ha debido recibir alguna llamada desde "arriba" para presionarle y para que desistiese definitivamente de su postura de mantener el futuro reinicio de las obras. Ni siquiera a través de una negociación con los vecinos. Esa llamada ha sido fruto del miedo. El miedo cambiado de bando. Estamos pues en un punto de inflexión. Según transcurran los acontecimientos el miedo podrá pasar en mayor o menor medida de un bando a otro, y esto puede desestabilizar definitivamente el país. El reto, en mi opinión, esta en que seamos capaces, todos, de gestionar en positivo esa desestabilización si finalmente se produce. Un reto realmente difícil y complicado, pero no imposible.


Hay varias cuestiones que pueden interferir en todo esto generando diversos escenarios posibles. Por un lado las elecciones europeas, en las que un castigo en votos al PP podría generar cierto alivio del lado de los indignados y contribuir a calmar los ánimos. Si el PP sabe jugar sus cartas y enlazar esa calma con las buenas noticias generalizadas de la macroeconomía, quizás todo aguante hasta las próximas elecciones generales y ahí, el pueblo podría tomar nuevamente la palabra. Otra posibilidad es que el pueblo haya aprendido la lección de Gamonal, y esté a la que salta. Y quizás no llegue a conformarse con poder castigar al partido en el gobierno con su voto en las próximas elecciones europeas y esto podría generar más revueltas y más tensión que, una vez más, tendrá que ser gestionada con tremendas dosis de astucia por parte de los gobernantes para impedir que la situación se les escape de las manos. Puede que además las posibles noticias positivas de nivel macroeconómico, no sean suficientes para calmar la situación, y es otro de los temores del gobierno. Podríamos añadir un ingrediente que por su complejidad pretendo tratar en otro artículo, pero que en este caso también es muy importante, y es la sensación que tienen muchos ciudadanos de que España como país se está resquebrajando a la vista del problema planteado por Cataluña o el País Vasco con las demandas de independencia, y de los problemas y tambaleos cada vez más acuciantes de la monarquía. Sólo he dibujado algunos escenarios y utilizado algunos ingredientes, la realidad es mucho más compleja y llevaría mucho más tiempo desmenuzarla y analizarla, pero con esto me basta para hacer ver que ese traslado del miedo de un bando al otro, del pueblo a los poderosos, se puede producir en cualquier momento si los ciudadanos dan un paso al frente y se plantan ante las instituciones.  


El miedo de los gobernantes preocupa menos, pero el miedo en manos de quienes poseen el patrimonio y el capital (los gobernantes son sus siervos al fin y al cabo, sobre todo los actuales) si que puede resultar mucho más inestabilizador que cuando está del lado del pueblo llano. Porque el pueblo al fin y al cabo lucha por defender su dignidad y sus derechos más elementales. La derecha y el capital, sin embargo, luchan por el poder y llevados por su ambición imperialista de ser amos y dueños de todo, y esto plantearía luchas en las que se pondrían sobre el campo de batalla estrategias, armas y valores muy diferentes en cada caso. Por el bando de la derecha, la experiencia nos dice que podrían ser muy peligrosos. 


¿Qué pasaría si de pronto los españolitos de a pie fuésemos capaces de estar unidos y dispuestos a tomar las calles y las instituciones para defender nuestros derechos de ciudadanos, hacer que sencillamente se cumplan las leyes y normas de convivencia y que dichas instituciones funcionen con lealtad al pueblo?. ¿Qué pasaría si además tuviésemos un proyecto común para este país?. ¿Qué pasaría si de repente pensásemos que sencillamente no necesitamos mantener una Monarquía que nos una y represente a todos, porque somos sobradamente capaces de sentirnos unidos por ese proyecto común?. ¿Qué pasaría si nos diésemos la libertad de decidir entre todos si queremos o no un proyecto común para todas las regiones que actualmente integran el Estado Español y qué proyecto queremos?. ¿Qué pasaría sin sencillamente no tuviésemos miedo?. Pasaría que el miedo cambiaría de bando y la mitad de la batalla estaría ya ganada. 


Darnos la libertad de decidir libremente contando con todos y de dar a luz ese proyecto de país ahora inexistente (no lo hay ni de país ni para ninguna comunidad autónoma, ni siquiera Cataluña o el País Vasco lo tienen), contando con unos partidos políticos y poderes del Estado democráticos y al servicio del pueblo, sería un bonito final para esta crisis. Desde los movimientos sociales y la izquierda están surgiendo diversas iniciativas que si finalmente logran converger, darán muy buenas esperanzas a estos planteamientos.

 



1 Hablar de la derecha de este país no es hablar del PP. Seguramente muchos de quienes han votado al PP no se incluirían en esa derecha a la que me refiero en el artículo, pues no les viene de casta. Aunque si es evidente que esa derecha a la que me refiero si vota al PP, y buena parte de ella votaría a opciones aún más radicales, y de hecho los que ya no se pueden contener o no quieren permanecer ocultos tras la mata, acaparan públicamente opciones de extrema derecha. También es evidente que los actuales dirigentes del PP y miembros de este gobierno, van tomando confianza apoyados en su mayoría absoluta y la radicalidad va asomando, a la vez que quieren mantener contentos a los más extremistas porque saben que necesitarán sus votos y temen divisiones. Por tanto, también podemos decir que hablar del Partido Popular en España no tiene nada que ver con hablar del Partido Popular europeo, donde la democracia lleva años asentada y evolucionando (ellos por ejemplo saben dimitir, y defienden más una ideología que un patrimonio).



2 También la izquierda, cuando ha actuado como poder o lo ha pretendido, ha utilizado el miedo para convencer y ganar votos. Bien lo saben algunos dirigentes de partidos de izquierdas, que también ondeaban las banderas del "miedo a la derecha" en sus campañas electorales. Pero resulta evidente que no son comparables ambas estrategias, no es lo mismo lanzar frases para infundir temor,  que directamente fusilar y torturar.

miércoles, 8 de enero de 2014

LOS "ME GUSTA" DE NUESTRA CONCIENCIA Y LA AUSENCIA DE REVOLUCIÓN.




Muchos de nosotros, especialmente la gente más joven o familiarizada con las redes sociales, mostramos en ellas prácticamente a diario nuestra indignación con la gestión de la actual crisis1. Aunque la mayor parte de las veces nos limitamos a dar un "me gusta" en una noticia que un amigo cuelga en facebook, twiter, google+, etc., en la que se denuncia algo que no nos gusta (es contradictorio pero no voy a cuestionar ni entrar ahora en este matiz, todos entendemos por qué se hace así). Cuando nos sentimos además especialmente identificados con la causa, compartimos o "retwitteamos" la noticia, el eslogan de turno, o el insulto al político que toque, reproducimos el enlace, la frase, el chiste o la imagen, y con ello damos satisfacción a nuestra particular indignación.


Todo esto está muy bien, contribuimos a difundir esas cosas que suceden y no nos gustan, a denunciarlas, con mayor o menor seriedad o sentido del humor, a veces con bastante eficacia cuando las mismas se vuelven virales y se consigue recoger un buen puñado de firmas que finalmente tienen alguna consecuencia real, directa y positiva para nuestros fines. A la vez compartimos nuestra indignación, los más valientes, extrovertidos o seguros de nosotros mismos, mostramos nuestras inclinaciones políticas, o como mínimo nuestras ideas sobre muchas cuestiones sociopolíticas, y con ello parece que nos mojamos más, que ya hemos hecho algo, ¿quizás lo suficiente?, ¿todo aquello que está en mi mano?.


Efectivamente, el caso de la recogida de firmas, quizás sea un ejemplo muy positivo del potencial de las redes sociales cuando se consiguen los objetivos perseguidos, pero ojo, porque la sociedad de la tecnología es tremendamente inquieta e inconstante, y ante la avalancha de solicitudes de peticiones de firmas para mil y una causas, la herramienta puede acabar muriendo de éxito, como casi todo lo que obtiene dicho éxito en la red, que tiene los días contados. También creo que las redes sociales han permitido que entre todos generemos cierta ciberconciencia colectiva, al menos en determinados círculos de amistades y conocidos, y es patente que algunas conciencias han despertado con mayor fuerza, conocimiento de causa y acceso a mayor información ante la bofetada de la crisis, que si lo hubiesen hecho en ausencia de estas ciberherramientas sociales. 


Podemos estar más informados, unidos y comunicados que nunca, se producen múltiples "mini tertulias" y "mini debates" por correo electrónico, en las páginas y perfiles personales de cada usuario, o en las etiquetas temáticas (los famosos "tags" o "hashtags" cuando van precedidos del símbolo de la almohadilla). Pero a la vez que eso sucede, las energías se dispersan, las redes nos unen y nos separan al mismo tiempo. Nos separan en esas burbujas que son los círculos de amistades y conocidos, y nos separan en el momento en que cerramos o apagamos el ordenador, la tableta electrónica o el móvil, y pasamos de la realidad virtual a la que nos muestran nuestros sentidos más allá de una pantalla.


No pretendo argumentar en contra de la tremenda importancia de las redes sociales en nuestros días, y de su capacidad de influir en el comportamiento de nuestra sociedad. Desde muchas universidades se están estudiando estos fenómenos y se conocen a diario los resultados y conclusiones sobre dicha capacidad demostrada, aunque los más importantes llegarán cuando este período haya pasado (nada es eterno y en nuestros tiempos más bien hay que decir que todo es muy efímero), al menos este boom de las redes sociales tal y como lo estamos conociendo en esta década. Pero debemos tomar conciencia de algo más que las redes sociales parecen no mostrarnos con la misma fuerza con la que nos muestran contenidos específicos. Necesitamos actuar más allá de las pantallas, en esa otra realidad que nos envuelve y que hoy día ya está prácticamente mezclada con la virtual, pero que no dejará de ser siempre la base de cualquier otra realidad, pues es en la que nacemos y morimos. Nacemos, morimos y vivimos, y por tanto es en la que sufrimos las consecuencias de todo aquello que denunciamos y que nos indigna. Por eso entiendo que tenemos que actuar y que el reto está en ser capaces de llevar nuestra lucha a esa realidad. Las redes sociales son una herramienta maravillosa que puede funcionar muy bien siempre que no dejemos que desactiven a nuestra musculatura y se hagan  las dueñas del control de nuestras mentes-cuerpos. ¿Porqué esto no sucede así, con la fuerza que parece que debería ocurrir, ante la alta carga de denuncia e indignación que muestran esas redes sociales a diario?. El poder de la herramienta resulta incuestionable, pues funciona para promocionar a candidatos en concursos televisivos, por ejemplo,  o para organizar una concentración de miles de simpatizantes de un equipo de futbol que pretenden impedir su descenso de categoría por la mala gestión del club. Sin embargo falla cuando nos toca salir de nuestra burbuja de comodidad, algo similar a ese "área de confort" que manejan los psicólogos, pero en un sentido yo diría que mucho más literal. Se está a gusto "cambiando" el mundo desde nuestro sillón de casa, con la calefacción, la cocina a mano para un tentempié, acceso a internet y todas sus posibilidades...o bien pudiendo cambiarlo desde nuestra tableta electrónica o móvil  mientras nos desplazamos en transporte urbano o esperamos en la cola del banco. Parece que no hemos percibido que son precisamente todas esas comodidades y servicios los que finalmente estarán en riesgo. Caemos en la trampa de trasladar nuestra indignación por completo al mundo virtual, eliminando así los problemas de nuestra realidad durante unos instantes y liberando nuestra ciberadrenalina en las redes. 


Pero debe haber alguna causa más que nos atenaza e impide que finalmente actuemos dando una respuesta más activa a nuestra indignación, e incluso que se produzca una auténtica revolución cuando, analizando la historia, no faltarían hoy día los ingredientes. Dicha causa es la propia desactivación que produce el bombardeo de información vertiginoso al que estamos sometidos. Nos hemos vuelto adictos a la información, que nos llega desde todas direcciones y medios. Nuestras mentes están ávidas de información y cada vez la procesan más rápidamente, en un puro reflejo de adaptación de nuestro cerebro al volumen que nos llega. Esto implica que no hay tiempo para el análisis y la valoración de lo que puede suponer en nuestras vidas o nuestra sociedad dicha información. Además, cuando más condensada nos la den mejor (tendremos más tiempo para obtener más), lo que ha llevado a acostumbrarnos a que prácticamente nos digan lo que tenemos que pensar, en lugar de darnos una información con la que trabajemos nuestra propia opinión. Sin entrar en juzgar si todo esto responde a una conspiración del capital-mercado, o de unas determinadas élites, etc. (a las que sin duda todo esto le viene muy bien), o si bien es fruto de nuestra propia evolución social, lo cierto es que al no valorar la información, ni procesarla con cierto tiempo, no añadimos carga emocional a la misma, con lo que la información carece de valor y lo que nos importa es la nueva información que podamos obtener al instante. Mucha información implica muy poca carga emocional en cada dato, es decir, fragmentamos nuestra energía emocional y esto nos lleva a su vez a una espiral muy negativa, ya que caemos en la impotencia y la frustración. Esto último no es una opinión, es un fenómeno psicológico, con base científica. Las consecuencias de todo esto es que a pesar de que nos llegan informaciones sobre casos de corrupción, pérdida de derechos, despilfarro que ha incrementado la deuda pública que debemos pagar entre todos, deterioro de la educación, etc., etc., etc., y de que los autores de tales robos y despropósitos se presentan y pasean a diario y con descaro ante nuestras narices, no reaccionamos porque no analizamos en profundidad las consecuencias de cada noticia indignante. Son tantas que quedamos bloqueados (máxime si a ello añadimos todos nuestros problemas, quehaceres y gestiones cotidianas, más el bombardeo de correos, whatssaps, llamadas de teléfono, etc.). 


Por tanto, está muy bien que denunciemos, que divulguemos aquello que no nos gusta en las redes sociales, pero debemos a la vez tomar medidas para desengancharnos de la adicción a la información, y sanar nuestra informatitis. Tenemos que ser capaces de filtrar esa información, para obtener un volumen sobre el que dispongamos del tiempo oportuno para procesarla y valorarla, y para actuar en consecuencia. Si es necesario, quizás tendremos que plantearnos frenar entre todos la velocidad que están tomando los avances tecnológicos y los flujos de información, porque nuestro cerebro tiene unas capacidades fisiológicas limitadas, y llegar a sus límites y forzar la máquina podría tener consecuencias nefastas para la humanidad2. Si a esto añadimos esfuerzos para recuperar los valores que se han ido quedando en el camino de este frenesí de comunicaciones y flujos de información, la revolución, a través de esa ECOILUSTRACIÓN que defiendo desde esta trinchera, estará servida.





1 Crisis. La referencia a la crisis exigiría definir qué crisis. ¿La económica?, ¿la social?, ¿la política?, ¿la ambiental?, ¿todas juntas?. Y a qué escala ¿alguna comunidad autónoma en concreto?, ¿España?, ¿Europa?, ¿global?. Para el caso que nos ocupa podría ser en cualquiera de sus ámbitos y escalas, aunque en cierto modo me centraré indirectamente en un ámbito y escala más cercano para hacer más sencillo el discurso e ir al grano, convencido de que el/la lector-a sabrá escalar y dimensionar perfectamente.



2 El debate sobre si sería necesario frenar la velocidad que están tomando los avances tecnológicos y los flujos de información no es objeto de este artículo. No obstante, es posible que ese freno sea socialmente inviable, o que sencillamente decidamos no frenar, y que nos veamos abocados a descubrir hasta dónde puede llegar nuestra capacidad mental, hasta donde aguantará nuestra estructura biológica, o hasta dónde permitiremos que la tecnología se mezcle con nuestra fisiología para, quién sabe, incrementar y modificar artificialmente nuestras capacidades. Sin duda planteamientos que a muchos nos resultan peligrosos pero que podrían hacerse realidad en el futuro de nuestra especie.