La esperanza y el entusiasmo que no sabe transmitir el gobierno, la generan los propios ciudadanos por su cuenta o de la mano de la Justicia.
Buena parte de las aspiraciones de los ciudadanos de este
país para pasar página y que se borre cuanto antes la lacra que han dejado
tantos años de despilfarro y corrupción, pasan por los estamentos del poder
judicial. Hacia él se vuelven nuestras miradas cada vez que se van destapando
los abusos y desfalcos de las arcas públicas de los últimos años. Y nos tiembla
todo cuando aparecen grietas en la justicia, no poco significativas, como el
hecho de que jueces como Garzón o Silva hayan sido apartados de su ejercicio
profesional de forma descarada por quienes han visto peligrar sus intereses. También
cuando se producen otros hechos que podrían calificarse como más aberrantes, al
menos desde el punto de vista del ciudadano de la calle, que ve como al final
casi todo el dinero robado no vuelve a las arcas públicas y como los
sinvergüenzas y estafadores utilizan los múltiples vericuetos de las leyes para
salvarse, minimizar sus penas, e incluso para ser indultados. Sobre los jueces
y fiscales de este país cae en nuestros días una enorme responsabilidad que
tendrán que gestionar con el simple ejercicio de su honradez y profesionalidad.
Algo que el pueblo necesita, les está demandando y sobre lo que se depositan
buena parte de nuestras esperanzas de futuro.
Recientemente hemos conocido el anuncio por parte del
Tribunal Superior de Justicia de Madrid del rechazo al recurso presentado por
el gobierno de la Comunidad Autónoma sobre la paralización del proceso de
privatización de seis hospitales madrileños. Unos pocos días antes (en este
caso sin intervención de la Justicia) fueron los vecinos de Gamonal los que
tumbaron los planes de obras para el barrio que pretendía ejecutar su propio
ayuntamiento. Y así se van sumando victorias en algunas batallas, que son las
que realmente dan ánimos y esperanzas a la población. Los humanos, como seres
sociales que somos por nuestra propia evolución como especie, tenemos facilidad
para sentir especial emoción y bienestar de las conquistas llevadas a cabo en
grupo. Y esas sensaciones que experimentamos tienen un efecto multiplicador muy
importante, pues generan sinergias, ya que tocan nuestra esencia: las emociones1
. Desde el punto de vista sociológico, estas conquistas además suponen la
demostración de que la movilización social es útil y que a través de la misma
podemos cambiar nuestra realidad, y por tanto tomar el control sobre el rumbo
de nuestro futuro.
Hay que reconocer, por otro lado, que nuestros políticos son
una muestra representativa de nuestra sociedad, y que la corrupción no les ha
sido exclusiva, pues el cáncer de la corruptela había hecho metástasis en
nuestro país. Quizás por ello, la única solución podía llegar también desde el
pueblo, desde ese despertar de las conciencias que, dicho sea de paso, ha
necesitado de la bofetada de la crisis. Pero por fin es una realidad que la
población está despertando, tomando conciencia de su situación real y de todo
aquello que ha perdido o está perdiendo desde el estallido de la crisis, y
finalmente está actuando. Y cuando hablo de población me refiero a todas y
todos, parados, jubilados, médicos, jueces, autónomos, amas y amos de casa,
jardineros, jornaleros, artistas, etc. , incluso políticos...que como
ciudadanos que también son, llegan a
vislumbrar los errores del pasado, los suyos propios y los de sus partidos. ¿Seguimos
teniendo corrupción a todos los niveles?, sí, y seguramente nunca desaparecerá
del todo. ¿Seguimos teniendo políticos y masa social que aún pretende aplicar
las recetas del pasado para salir de esta crisis en la que nos sumió
precisamente la aplicación indiscriminada de esas recetas?, también, pero van
perdiendo fuerzas y mayorías. En contraposición, vemos que se incrementan las voces
que piden un cambio de modelo social, político y económico. Un modelo que
implica, además de recuperar y potenciar derechos perdidos o denigrados durante
esta crisis, más participación y más conciencia ambiental. En definitiva, un
modelo basado en una democracia más real y adaptada a los tiempos y tecnologías
de las que disponemos actualmente. Surge entonces la urgencia de actuar, la
imperiosa necesidad de revertir cuanto antes la deriva en la que hemos estado
sumidos los últimos años. En este sentido, un buen nivel educativo, además de ser
una vieja asignatura pendiente en nuestro país, se echa especialmente de menos
cuando hace falta que un número mayor de ciudadanos tome conciencia y
contribuya a ese cambio de modelo. Ante la premura, comprobamos que la mejor forma de ganar tiempo es que la lucha
ciudadana se convierta a la vez en acción ejemplarizante y educadora. Aquellos
corpúsculos que surgen, se movilizan y consiguen ganar batallas sociales,
constituyen el ejemplo a seguir para el resto, y de esta manera se va construyendo
sociedad y construyendo un renovado país.
Sea por cuenta propia de los ciudadanos o con el poder
judicial como aliado, lo cierto es que los únicos brotes verdes esperanzadores que
se empiezan a vislumbrar con claridad en el desolador paisaje de la crisis, son
los que aporta el pueblo. De esa población cada vez más despierta y
concienciada, capaz de reivindicar sus derechos y asumir sus responsabilidades,
han de salir, como ya está ocurriendo, los nuevos políticos y gobernantes que
gestionen nuestro futuro.
1 Desde las emociones, las energías que
puede generar un colectivo tienen una fuerza habitualmente infravalorada por
quienes están habituados a desarrollar sus actividades cotidianas en ambientes
más fríos y controlados. El peligro, cuando entran en juego las emociones colectivas
en un ambiente de indignación, es la mayor complejidad y nuestra falta de
entrenamiento y práctica para su control.